Agua Blanca

Publicado: 30 septiembre 2010 en Niñez

«Conocés la Ciudad de Cali?» – me pregunta Leidy al otro lado del teléfono.
«No, la verdad es que no» – le contesto, pensando en la Ciudad de Cali y en la avenida Ciudad de Cali, a la cual ella se refería. No es muy fácil regresar a mi ciudad, está muy cambiada y muy crecida. La avenida Ciudad de Cali no había sido construida aún cuando me fuí de aquí.

Emprendo la descubierta. El chofer me dice: – «Esto es Alfonso López». Y yo no reconozco. Pienso que ahí vivieron mis papás cuando eran muy jóvenes, que incluso creo que viví ahí cuando era bebé. Después me dice: – «Y eso que ves allá es Andrés Sanín».
Ah! Ese sí lo recuerdo mejor, pero tampoco lo reconozco. Recuerdo que ahí quedaba mi escuela de primaria, que me iba caminando por largas jornadas cuando era niña y que después aprendí a coger el bus. Ahí también queda el parque donde mi papá y mis tios jugaban basketball. Recuerdo el parque.

Entramos a Agua Blanca. El distrito. Aquél que albergó la gente que llegaba del campo o pueblos a buscar mejor fortuna en Cali. Que se convirtió en barrio de pobres. De invasiones. Sí, lo recuerdo porque viví ahí y ahí tuve mis primeras amistades, que aún conservo. Ahora casi todo está pavimentado. Algo positivo!

-«Yo salgo y te espero en la panadería»  me dice Leidy. Una muchacha desplazada de 18 años de edad que se vino con su familia huyéndole a la violencia en Barbacoas, Nariño y llegó a Agua Blanca hace 4 años. Una morena guapísima con una sonrisa hermosa me espera como acordado en la panadería y después me lleva a la guardería que ella misma montó con su amiga Jenny para niños del sector. La mayoría desplazados.
-«Pero también hay población vulnerable» – me dice y percibo que Leidy aún siendo desplazada no se ve a sí misma como vulnerable, es una muchacha fuerte, me voy dando cuenta a medida que las horas pasan.

Leidy y Jenny cuidan diariamente a unos 25 niños. Ayer habían 18. Dos bebés, Valentina de 6 meses y Lucero de 1 año, duermen en una colchoneta cubierta con una sábana. Es casi medio día y el sol caleño arde con todo su furor. Yo empiezo a quitarme el sudor de la frente con un papel cuando los otros 16 niños se sientan en sus sillas y siguiendo las instrucciones de Leidy gritan al unísono: «Buenos días!». De inmediato recuerdo cuando siendo una niña con sueños de ser maestra, reunía a mis amiguitos de la cuadra para enseñarles, como yo decía. Ahora estoy de nuevo, muy cerca de ese lugar de mi niñez, con una nueva generación.

Y esta nueva generación no está mejor que la de hace ya poco más de 20 años. Los niños con los cuales compartí mi día ayer son hijos de desplazados del suroccidente del país. «Muchos llegan sin desayunar y decime vos qué hacemos nojotras?» – Me dice Leidy. Los niños tienen ropas sencillas «que a veces usan dos y hasta tres veces seguido»  y algunos están descalzos, otros con flipflops que ya se les van a dañar. La regla del lugar es que sólo se admiten niños de 5 años para abajo. Pero aquí hay cinco niños que ya pasaron la edad. David, de 10 años y su hermana Daniella de 8 años vienen todos los días. No van a la escuela regular porque su madre anda huyendo de un esposo agresor y no ha encontrado estabilidad.

Leidy y Jenny no reciben sueldo, este es un proyecto que hicieron juntas porque les dolía ver a los niños del sector «tan mal, desnutridos, sin quién los cuidara» – dice Leidy y que los padres tuvieran que dejarlos solos cuando iban a trabajar. Otros niños iban a Hogares de Bienestar Familiar que ya estaban colmados. Por eso le pidieron a una iglesia del sector que les prestara un local para poner una guardería. 10 000 pesos paga cada niño por mes y con eso tratan de hacer malabares para darles almuerzo y merienda. El desayuno no está incluido pero tratan de conseguirlo regalado en las panaderías para los niños que llegan sin desayunar. En realidad lo mismo es para el almuerzo y la merienda, piden en las tiendas «pero como usted sabe, la gente dá una, dos, tres veces.. pero se va cansando» me dice Jenny.  Ellas mismas preparan la comida en su propia casa, a 9 cuadras de la guardería. Los lápices y los cuadernos para enseñarles el alfabeto antes de que empiecen a estudiar, también se lo consiguen de la misma forma, pidiendo. Hasta ahora ni Bienestar Familiar ni la alcaldía les ha ayudado con su proyecto. Ya llevan 4 meses con esta actividad y no saben por cuanto tiempo más se podrán mantener sin apoyo.

Otra de las reglas del lugar que tampoco se cumple es que el horario es de 8:00 am a 5:00 pm. Pero muy a menudo les toca a una de las dos quedarse hasta las 7:00 u 8:00 pm, cuando recogen el último niño.

Leidy me dice con orgullo que ahí hay niños que salieron de la malnutrición. «Si vos vas por allá por La Paz, vos ves niños con la piel reseca, que se les levanta casi, porque están muy malnutridos», me cuenta.

Pienso que no sé donde queda La Paz y tampoco lo había escuchado. Y recuerdo cuando le contesté a un amigo canadiense que en marzo me preguntó en Bogotá, camino a Soacha, que para mí qué era la paz. Yo le contesté que la paz para mí será cierta en Colombia cuando cada niño colombiano que llegue al mundo, sin importar quienes son sus padres o que apellido tengan, llegue a una sociedad que lo ponga en primer plano, que le garantice que va a estar bién alimentado, que vá a recibir educación, cuidado de adultos responsables, un techo y le dé todas las garantías para su desarrollo personal, tanto física como emocionalmente. Los niños de La Paz de Agua Blanca son para mí la razón más fuerte por la que hay violencia en este país, qué futuro le damos a esos niños? Qué castigo les vamos a dar cuando se rebelen contra nuestra sociedad? Con qué cara les podremos pedir que nos dejen vivir en paz?

Jenny y Leidy tenían una cita en la alcaldía hoy y estoy cruzando los dedos.

Katherine

Leidy y Jenny reparten el almuerzo

Jugando a la torre

La bandera de Colombia recién lavada

Jugando al pájaro picó picó

comentarios
  1. Elizabeth dice:

    Es triste saber que vivimos y convivimos con ésta realidad y lo peor es que la indiferencia se apodera de cada uno de nosotros, a tal punto que se nos hace normal y ni siquiera lo percibimos o lo notamos, pero están ahí, los miles y miles de niños y personas vulnerables que se acuestan sin probar un bocado, por que lo poco que se les puede brindar se convierte en lo mejor, pero no es lo suficiente….

  2. Felipe dice:

    Garotinha, você sempre nas favelas. Sai delá!! / Tou brincando, parabéns! Estou aprendendo espanhol com o teu blog. /Felipe

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