En los años 70s, cuando mi papá era un muchacho y vivía en el barrio Puerto Mallarino de Cali, uno de los barrios populares obreros de esa época situado a orillas del río Cauca, ocurría que de vez en cuando se le volaba a mi abuelo junto con mi tío (su hermano menor) para ir a bailar salsa a los ranchos de Juanchito – del puente pa’allá– entre la población mayoritariamente negra que residía allí. Fué así como aprendió a bailar a lo juanchito, brincadito. Si mi abuelo lo hubiera pillado le hubiera dado una muenda. Si hubiesen sido sus hermanas las que se volaran las hubieran desheredado de lo poco que les podían dejar… de tal forma que las mujeres nunca se atrevieron a semejante gracia. Yo como mujer en otra época corrí con otra suerte, y mi propio padre fué mi maestro de baile de salsa, clases espontáneas que ocurrian en las fiestas familiares desde que tengo uso de razón. De tal manera la salsa siempre ha estado presente en mi vida y ha significado no sólo fiesta y feria sino sobre todo historias, memorias y nostalgias.
La música como expresión cultural tiene una capacidad impresionante para portar significados, pensamientos, ideas, sentires. Alguien decía que la música es «más importante que la literatura», y bién puede ser así, pues la música es más accequible que la literatura, no hace falta aprender a leer y a escribir o tener una educación formal para degustar de ella (aunque cierto tipo de música se considere ser para oídos adiestrados – como la música clásica, existe siempre la posibilidad de que alguien no adiestrado la disfrute, cosa que no sucede con el analfabeto y un texto. Aunque esta concepción de la música clásica como una música más «inteligente» pueda ser expresión de un sesgo clasista y racista que hemos heredado, pero esa es otra discusión), está más al alcance de todos y todas. En ese sentido, es más democrática. Se puede producir música con una lata, con un palo, se pueden contar historias en melodía y al penetrar por los oídos [y por todos los poros si se quiere] puede producir otra expresión cultural: la danza.
La música salsa como expresión cultural nació en nuestro lado del mundo, el continente americano, pero bajo circunstancias peculiares: apoyada en ritmos afrocaribeños entremezclados por los músicos del Caribe que habitaban la gran olla latina de los barrios de Nueva York. Como comunidad con referentes culturales muy parecidos, en esta olla se cocinaron nuevos sonidos, nuevas claves, nuevas formas de tocar los timbales, nuevas formas de cantar los coros etc. Las fechas varían de autor a autor, pero todos coinciden en que en los años 60s se estaba produciendo salsa en Nueva York, como resultado de orquestas puertorriqueñas que contrataban cubanos, u orquestas cubanas que contrataban puertorriqueños, a eso anéxele los panameños, venezolanos, colombianos etc que aportaban con su bagaje cultural a la cocina de esta nueva expresión que no es son, ni chachachá, ni guaracha, ni danzón… es salsa.
Cali, aunque no es ciudad caribeña se vió sumamente «afectada» con todo este movimiento cultural ocurrido en Nueva York. Ubicada entre plantaciones de caña, con una gran cantidad de población negra en la ciudad y alrededor de ella y por ende la influencia cultural afrocolombiana, las condiciones estaban dadas para que la salsa diera fruto aquí. Y se le abrazó con gran amor… aunque nó por todos. Sobre todo, la juventud caleña de los años 60s y 70s acogieron el sonido de la salsa con esperanza de que podían haber otras formas de expresarse que no fuera el «sonido paisa», nombre que abarcaba la tradicional «música colombiana», acumbiada de orquestas en boga en esos años como Los Graduados y Los Hispanos y que hoy por hoy siguen siendo clásicos en muchas fiestas.
En 1971, Andrés Caicedo, aquél brillante escritor jóven caleño que ambientó su última novela, hoy un clásico, «Que viva la música!» en la Cali de los años 70s, escribió unos afiches que él mismo pegó en los muros de la ciudad:
» EL PUEBLO DE CALI RECHAZA a los Graduados, los Hispanos, y demás cultores del sonido paisa, hecho a la medida de la burguesía, de su vulgradidad. Porque no se trata de «Sufrir me tocó en esta vida», sino de «Agúzate que te están velando». Viva el sentimiento afrocubano! Viva Puerto Rico Libre! Ricardo Ray nos hace falta»