«She had a dry rose in her hair.
She turned to say it once again: «Naaley».
Tomorrow».
(Mi traducción: Ella tenía una rosa seca en su cabello. Se volteó y para decirle de nuevo: «Naaley». Mañana».
Es todo lo que dice en la última página de «The God of Small Things» de Arundhati Roy. Reviso si hay algún nuevo capítulo detrás de esta página. No hay. Levemente se me posa el pensamiento de que ahora no hay nada más que ralentizar. Que efectivamente he llegado al fin del libro y que me despido de los gemelos Estha y Rahel junto su bella madre Ammu quien a sus 27 pensaba que ya la vida para ella había acabado, que había tenido ya su única oportunidad de escoger un marido que la sacara del hogar de su familia pero había malgastado esa única perla de oportunidad que la sociedad le da a muchas mujeres en sociedades patriarcales y en la lotería se sacó a un bebedor. Un tipo normal, en una sociedad tradicional. Alta probabilidad estadística de que eso pasara, querida Ammu, pienso yo en voz alta en uno de los capítulos de la mitad.. Pero al menos intentó, porque fue y se lo consiguió bién lejos de su familia cristiana del estado de Kerala. Fue y se casó con un Hindú. Pero como pudo lo dejó. Para que después la sociedad le diera a escoger entre el apellido de su padre o el de su esposo. El padre también era un tipo normal, de una sociedad patriarcal. Peste o cólera? Ammu, al parecer nunca se decidió.
Me temía esa última página. Conscientemente ralenticé el paso de la lectura por dos motivos: 1) la prosa es riquísima, las metáforas van apareciendo cuan hongos en las páginas en los momentos más imprevistos, de la forma más natural y le da un relieve singular a la historia, la vuelve más cercana a los sentidos del lector/a. De tal modo que a veces tenía que parar para respirar, para reír, para llorar un poquito. Para pensar. Para releer. Y para googlear a Arundhati Roy (de quien no sabía mucho, pero a la par de leer su primera novela la fui descubriendo y me fui enamorando) 2) y la segunda razón para ralentizar la lectura era la más mundana, que no quería terminarlo. Aún cuando sabia desde el principio de que todo terminaba con el «Terror», con una tragedia donde ninguno de los caracteres a los que le cogí aprecio iban a salir bién librados. Aún cuando un par de capítulos antes del fin supiera la monstruosa forma en que el «Terror» se presentó y machacó todas las ilusiones y la fé en la humanidad (ahí paré también para llorar y respirar. La escena estuvo descrita con el mismo lenguaje rico y colorido del resto del libro, lo cual hizo del «Terror» algo aún más terrorífico en texto). Aún así, no lo quería terminar. Eso me pasa a menudo con libros que me gustan mucho.