Archivos para mayo, 2014

Yo vivo y olvido

Publicado: 22 mayo 2014 en Cotidianas, Culturales, Memoria

Cuando El Olvido que Seremos llegó a mis manos corría el año de 2007.  Lo leí cual sediento bebiendo en una fuente de donde sale un chorrito. Estaba deseosa de historias así, de memorias construídas desde la más íntima subjetividad, relatos que nos mostraran que toda esa gente muerta en efecto, más que un número, eran soñadores y soñadoras que creyeron que lo imposible mueve lo posible.
Me identifiqué con Héctor Abad en su rol de hijo. Yo también me había convertido para ese momento en una hija más sobre cuyos hombros le era puesta la dura carga de la memoria, del vivir para contar.

Para el lunes 19 de mayo tenía escrito en mi agenda: 17:45 Conversatorio con Héctor Abad Faciolince. Biblioteca Real de Estocolmo.
Llegué temprano, me tomé un té en la cafetería de la biblioteca, miré por sus grandes ventanas de castillo hacia un cielo nublado y gris que siempre pareciera sacarme la lengua y decidí no mirar más para afuera y mejor adentrarme en el periódico que estaba sobre una de las mesas de las cafeterías.
Faltando aún media hora llega el escritor en persona, reconoce inmediatamente en mi físico que soy colombiana porque con una sonrisa y un «buenas» delata que me descifró. Nada difícil. Debe dejar todas sus pertenencias en el casillero como todos los demás y después salimos hacia el auditorio.

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La bandera del M

Publicado: 14 mayo 2014 en Memoria, Política colombiana

Me contaba mi tío una noche de larga conversación divagando en la memoria, la siguiente historia:

«Una vez, siendo yo estudiante en la Universidad del Valle, debió haber sido 82/83, hubo una asamblea en la universidad y cuando se terminó habían dejado unos portacasettes y yo los cogí y tenía también unos comunicados que se habían repartido ahí. Los metí a mi mochila.
Al otro día yo iba en mi moto por la autopista cuando tán! un retén del ejército. Ahí mismo yo paré y me requisan. [….] Por esos casettes (de cantautores cubanos)  me cogieron y me detuvieron. Me preguntaban que quién era yo. Cuando me llevaron al batallón (se supo después que era el Pichincha) me vendaron los ojos con una bandera del M19 y me pusieron esposas.  Recuerdo que me hicieron bajar unas escaleras y yo sentía que entraba a un calabozo. Yo lloraba. No sabía que iba a pasar y era un pelao.  Ahí me dejaron unas noches y al otro día me sacaban como a un patio, todavía con los ojos vendados. Siempre tenía que tener la misma posición: parado con las piernas abiertas y las manos detrás de la cabeza. Varias horas. A uno le empieza a doler la entrepierna, siente un impulso a cerrar las piernas, a recostarse sobre la pared de atrás pero el guarda nos lo impide. En los brazos también inicia un dolorcito muy lentamente y poco a poco como que se le entumecen. Es una posición de tortura de baja de intensidad que va acrecentando el dolor lentamente. Y al márgen de este dolor, lo que también más me dolía era que me hubieran vendado con esa bandera del M-19. De los vendidos del M! Y así me interrogaban.
En el día me interrogaba un man de esos, pero que era «bueno», amable. El de la noche era un patán. Pero este era: «Hermano, colabore!» Me decía que cerrara las piernas y me quitaba esa venda, la bandera del M, lo último para mí significaba un gran alivio! [risas…]
Me preguntaba que quienes éramos los que estábamos haciendo todo eso, que por qué era que protestábamos?
Y yo le decía: no es que nos subieron el 50% lo del restaurante, la comida en la universidad, y entonces estamos peliando por eso.
El: Y cuánto pagan ustedes?
Yo le conté: no pues como 1000 pesos  mensuales [ era algo así – baratísimo para ese momento]
y El: y te parece mucho hijueputa que te lo suban? [risas de mi tío cuando recuerda…]

[…] Después me tomaron una foto con esa bandera, antes de soltarme. Eso me daba mucha pena!!»

Mi tío logró salir de ese sitio gracias a un contacto en la policía que tenía mi abuelo, pero por tres días estuvo desaparecido sin que la policía hubiera hecho un reporte oficial de haberlo detenido. De esa, se salvó y vivió para contarla. Y cada vez que la cuenta, en su memoria el dolor físico va perdiendo protagonismo mientras que el dolor de haber sido vendado con la bandera del M le sigue causando repugnancia.

«Después en la Universidad yo les contaba a los muchachos lo que me había pasado y todos coincidían que la peor tortura era esa bandera en los ojos», cuenta seguido de una carcajada amplia, sonora y contagiosa, de esas que usamos dar en nuestra familia.

En esta historia estaba pensando mientras leía sobre el apoyo de Petro a Santos. Ciertas cosas no cambian. Hoy como siempre y en nombre de la Paz, la bandera del M19 sigue siendo usada para vendar muchos ojos.

Foto de internet

Foto de internet

Esta es en realidad una entrada que debió haber sido puesta mucho antes, pero que por diferentes causas, y sobre todo por mi propia necesidad de distanciarme del tema para procesar tanta violencia encontrada en el trabajo de campo, dejé de hacerlo intencionalmente.

Esta investigación se enmarcó en el proyecto «Institucionalización de la Política Pública de Lucha Contra la Violencia Contra las Mujeres» implementado por la Alcaldía de Cali (varias dependencias) y financiado por AECID.  En este proyecto fuí la investigadora principal para realizar un diagnóstico sobre la situación de las mujeres víctimas de VBG en las Comisarías de Familia de Cali, que son regidas por la Secretaría de Gobierno.

Este es un estudio antropológico y no meramente jurídico. Se trata de una visión antropológica a los discursos de la Ley y cómo la cultura atraviesa la aplicación de la ley en temas que son de órden eminentemente histórico-culturales, como la violencia de género. Además de estudiar el discurso de la ley, no como un discurso objetivo sino enmarcado en unas relaciones de poder existentes en la sociedad (discurso de poder), también entro a realizar observaciones en los ámbitos de aplicabilidad de la ley. Es así como inicio un trabajo de campo en seis de las diez Comisarías de Familia de Cali, utilizando el clásico método antropológico de la Observación Participante. El recinto de las Comisarías se convierte entonces en mi trabajo de campo. Este espacio es habitado por funcionarios y funcionarias de distintas disciplinas (trabajadorxs sociales, psicólogxs, abogadxs) que juntos deben aplicar las leyes en cuanto a protección de individuos víctimas de «violencia intrafamiliar». Es en este espacio donde se encuentran con caleños y caleñas de todos los estratos sociales, que ante un representante del Estado (local), develan sus más íntimas inquietudes, conflictos y violencias. Qué sucede en este encuentro? Cómo se llega hasta aquí? Por qué? Qué esperan unos y otros/as (funcionarios/as y ciudadanía) de este encuentro? Cómo hace su aparición la violencia de género en este espacio? Cómo se recibe? Es posible para una mujer víctima de violencia de género al interior de la familia obtener la protección a la que tiene derecho por ley? Qué factores inciden en la decisión tomada por los y las comisarias de familia en los casos de violencia de género?

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