Ayer estuve en la embajada de Estocolmo recogiendo mi nuevo pasaporte… primer pasaporte colombiano en 13 años, y lo extraño es la felicidad de recibirlo, cuando muchos esperan obtener ciudadanias extrangeras para viajar más tranquilos a aquellos países que nos piden visas. Será que me estoy volviendo nacionalista?
A esa pregunta creo de todas formas que debo responder no, no en el sentido nacionalista de pensar que todo lo nuestro es lo mejor, porque he visto que no lo es. En muchas cosas como país somos unas bestias. Pero, la felicidad creo se debía mucho más a la posibilidad de influenciar, de tener voto en lo que concierne a ese país en el que por casualidad nací. Cuando se llega a un país nuevo, y uno es de esas personas que se interesan por problemas sociales, por lo que pasa alrededor, una de las cosas más frustrantes es sentirse por fuera del derecho de ciudadano. Hay también ciertos trabajos que no se pueden solicitar sin ser ciudadano. Cuando me volví ciudadana sueca, para mí significó una felicidad también, de al fin poder decir lo que pienso y decir propiamente, mi país. Por que lo es. También.
La felicidad de ayer fue distinta. Fue una felicidad llena de matices: al fin después de 13 años, podré volver, hice oficialmente de los dos países que más han significado en la vida mis patrias, donde puedo votar, opinar y tratar de influenciar. Y a Colombia podré volver, volver, volver…