Taimour Abdulwahab. Así se llamaba el muchacho que se explotó con una bomba en el centro de Estocolmo el pasado sábado 11 de diciembre. Según las noticias, Taimour llevaba tres bombas alrededor de su cuerpo y su intención era alcanzar a llegar hasta la calle Drottningatan, una calle peatonal que atraviesa el centro de la ciudad. Pero sólo un poco antes de llegar se le explotó una de las bombas y murió. Sin que hubieran más víctimas. Si hubiera alcanzado a llegar a Drottningatan se hubiera llevado consigo a muchísima gente, pues ese es el centro de compras por excelencia y mucha gente estaba haciendo sus compras de navidad.
Abdulwahab tenía apenas 28 años. Había llegado a Suécia con 10 años de edad en 1992, al parecer de Iraq. Después de terminar el colegio se había ido a Londres a estudiar y se convirtió en fisioterapeuta. Allá se casó y tuvo tres hijos.
Todos estos días los suecos se la han pasado analizando el hecho. Abdulwahad les había enviado un correo de mail a los periódicos más importantes diciéndoles que: «por las carícaturas de Lars Vilks (… una caricatura de Mahoma en forma de perro…). Así como nuestros hermanos, hermanas e hijos mueren en Afhanistán, así van a morir sus hermanos, hermanas e hijos» – es de aclarar que Suécia tiene tropas militares en Afghanistán bajo el comando de la OTAN. Aunque supuestamente los suecos son «neutrales». Pues bién, el miedo se extiende cada vez más en Suécia. Ahora se habla de que Suécia está entrando en el radar del «terrorismo».
Lo que es verdaderamente patético de este modo de pensar es que no hace mucho, en octubre, un tipo sueco andaba disparándole a inmigrantes en la ciudad de Malmö, al sur de Suécia. Este hombre, que hoy lo llaman de «hombre loco», les disparaba a gente que no fuera rubia, que tuvieran cabello negro, ojos negros, piel oscura. Sin más ni más! Pero eso parece que no entra en la definición de «terrorismo». Un poco antes, en las elecciones de septiembre, el partido heredero de los Nazis, llamado hoy «Demócratas Suecos», entró al parlamento. Este partido tiene una retórica fuertemente racista y nazista. Sólo que hoy por hoy los principales afectados no son los judíos, sino los musulmanes (y claro, también todos los inmigrantes, obviamente latinos incluidos). Ellos infunden miedo con su modo de hablar y pensar, sus propuestas, pero no se habla de este miedo que están provocando entre los inmigrantes.
En una columna muy buena, un periodista sueco se preguntaba: «Es acaso que la idea de un terrorista se está voviendo un concepto étnico?» Si lo que hacía «el hombre loco» no era inferir temor, terror y miedo, qué era? Sólo porque estaba haciéndolo contra una parte de la población, la no rubia? Sus motivos son igual altamente políticos. Son racistas. El racismo puede convertirse en política, como lo hizo Hitler, como lo hacen hoy los partidos de extrema derecha en Europa y que ya tienen votaciones bastante altas en Holanda, Austria, Dinamarca, Noruega, en Francia van en camino – y de todas formas Sarkozy nos es pera en dulce en esta materia. El terror se había apoderado ya de Europa y Suécia antes de que pasara esta bomba suicida.
Hace unas noches atrás me quedé viendo un noticiero sueco, donde uno de los reporteros estaba en Istanbúl (Turquía). El reportero es de ascendencia árabe. El le cuenta al estudio que aunque en Bagdad ocurren este tipo de acontecimientos todos los días, bombas que explotan y matan a civiles, la bomba en Estocolmo se convirtió en toda una noticia. Aunque sólo el sucida hubiera resultado muerto.
Es triste. Cuánto vale una vida en Bagdad? Los suecos creían que ellos podían participar de una guerra en Afghanistán sin sufrir consecuencias en su casa. No defiendo al suicida, que por demás realizó un acto de terror. Pero es cínico de países como Suécia, pensar que pueden ir guerrear en un país ajeno sin que ese «enemigo» tome retaliaciones. Y lo peor es el consenso que parece hacerse de qué es terrorismo o quienes son terroristas. Es un poco parecida a la lógica que tenemos en nuestro país. Terroristas pueden solamente ser los guerrilleros – hasta a los paras se les trata con más respeto. Pero el ejército nó. Actos como los «falsos positivos» y las colaboraciones del ejército con los paramilitares para bombardear y sacar a poblaciones de sus territorios, son también terrorismo. No importando que la institución sea legal. Tenemos que recuperar el lenguaje. Tenemos que recuperar lo que significa terrorismo – acto de infundir terror – y aplicarlo también para aquellos que dicen que nos «protegen» con su barbarie. En realidad si nos quisieran «proteger«, actuarían de forma distinta. No provocando más violencia y más retaliaciones.
Hace unos días me llegó un correo de una amiga musulmana con esta carta de un escritor sueco (de madre sueca y padre de Tunisia); Hassen Khemiri. El escribió esta carta, leída por él mismo en la radio sueca: (La traduje a modo de reflexión)
«Llamo a mis panas y les digo: Pasó una cosa tan horrible ayer. Escucharon? Un hombre, un carro, dos explosiones, en el centro de la ciudad.
Llamo a mis panas y les digo: Nadie murió. O, bueno, uno murió. El murió. El, que no era nuestro pana. Pero claro. Algunos van a intentar conectarlo con nosotros. Su nombre, su origen, su color de pelo. Suficientemente parecido (o para nada parecido).
Llamo a mis hermanos y les digo: Cuidado! Mantengan un bajo perfil algunos días. Tranquen la puerta. Bajen las cortinas. Si tienen que salir: dejen la bufanda palestina en casa. No carguen ningún maletín sospechoso. Suban el volumen en los audífonos para que no escuchen los comentarios. Cierren los ojos para no ver las miradas de las personas. Susurren en el metro, no se rían muy alto en los cines. Pasen desapercibidos, háganse invisibles, conviertánse como en gas. No llamen la atención de absolutamente nadie.
Llamo a mis hermanos y les digo: Olvidense de todo lo que les dije. A la mierda con el silencio. A la mierda con hacerse invisibles. Salgan al centro vestidos únicamente con luces de árbol de navidad. Pónganse enterizos de colores forescentes, faldas de paja anaranjadas. Toquen marimbas. Hagan estallar los megáfonos. Ocupen barrios, tómense los centros comerciales. Háganse notar al máximo hasta que entiendan que hay fuerzas en oposición. Háganse tatuajes de ”PK for life” en letras góticas negras en el estómago. Defiendan el derecho de los idiotas a ser idiotas hasta que pierdan la voz. Hasta la muerte. Hasta que eniendan que nosotros no somos los que ellos creen que somos.
Llamo a mis hermanos y les digo: Y a propósito. Cuáles ”ellos”? No hay ningún ”ellos”. Lo que hay es extremistas en ambos lados, que nos quieren convencer de que hay un ”ellos”. Un ”ellos” peligrosamente amenazador y homogéneo. No confén en nadie que hable de ”ellos”. Todos los que hablan de ”ellos” son idiotas. Especialmente los que aseguran que estamos en guerra. No hay guerra, me escuchan? No hay guerra.
Llamo a mis panas y les digo: Ok. Tenemos una guerra. Tenemos varias guerras. Pero nó una guerra de la forma en que ellos piensan. La guerra es por nuestros cerebros. La guerra se trata de nuestro miedo. Y cuando el miedo nos coje, los aviones se convierten en misiles y las maletas en bombas. Los celulares se vuelven detonadores, la comida de bebé en masa de explosivos. Todo líquido es potencialmente explosivo. Todos los hombres barbudos llevan potencialmente una bomba. Y cuando el miedo nos coje empezamos a tenerle miedo al futuro y desear volver al pasado. Empezamos a desear poder retroceder el relój, todo era mejor antes, cuando los hombres eran hombres y las mujeres mujeres y nadie era homesexual. Cuando teníamos fax en vez de internet y palos justicieros en vez de sistema judicial. Con gestos nostálgicos recordamos las torticas de crema, rodilleras de bolitas, los pueblos y el castigo de garrote. Todo era mucho más sencillo antes. Cuando el límite era claro y el enemigo tenía un sólo rostro (y únicamente UN rostro). Pero todos no tienen miedo. Nosotros no nos dejamos meter miedo, nosotros vamos con la cabeza en alto andando hacia un futuro donde los límites se diluyen, conscientes de que ningún relój podrá ser echado para atrás. No tenemos miedo. No tenemos miedo.
Llamo a mis panas y les susurro: Ok. Reconozco. Tengo miedo. Tengo supermiedo. Tengo miedo de que hombres que les disparan a padres de familia a través de las ventanas son descritos como locos sueltos y nó como una parte de una red más grande de grupos de extrema derecha. Tengo miedo de que nadie recuerda a los rasistas que prenden fuego a los apartamentos de familias antirasistas en Högdalen. Tengo miedo de los nazistas en Salem y los islamistas en la Calle Drottningatan y de los fascistas en nuestro parlamento. Pero sobre todo tengo miedo de que la historia parece repetirse, de que nunca aprendamos, de que todo apunta a que nuestra cobardía y nuestro miedo por lo dizque diferente está tan profundamente arraigada que no podremos nunca derrotarla.
Llamo a mis hermanos y les digo: Pasó una cosa tan terrible esta noche. Me subí al metro y ví un individuo muy sospechoso. El tenía pelo negro y una mochila más grande de lo normal y su rostro estaba cubierto por una bufanda palestina.
Llamo a mis hermanos y les digo: tomó una fracción de segundo antes de darme cuenta que era mi propio reflejo en el vidrio».

Estocolmo