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Noche de los muertos

Publicado: 2 noviembre 2010 en México, Ritos
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Solemne. Mágico. Espiritual. Obvio. Son las palabras que se me vienen a la mente sobre la tradición mexicana de Día de Muertos. Hoy es la noche de los muertos en México. Y yo he tenido un día y una noche verdaderamente mágicos, compartiendo con mexicanos una de las tradiciones y ritos más bonitos que he visto.

Solemne, porque es ceremonial, hecha con increíble respeto por y para sus muertos.  Mágico, porque durante todo el día ocurren preparativos que emanan en una fiesta de color y luces en los cementerios y lugares sagrados tradicionales, además de las calles de las ciudades. Espiritual, porque no es cualquier fiesta. Es la celebración del espíritu, del alma que aún después de la muerte viene a visitar a sus seres queridos vivos una noche cada año. Obvio, porque lo raro no es que los mexicanos pasen toda una noche en los cementerios recordando a sus muertos y llevándoles ofrendas, lo que más les gustaba. Lo raro, es que todos los demás no lo hagamos.

Después de estar participando de esta celebración solemne de unión entre los muertos y los vivos entiendo mejor su significado para los que la practican. Y trato de buscar un rito o símbolo parecido que cumpla la misma función en los lugares culturales en los que me muevo.
Los ritos son uno de los temas favoritos de los antropólogos, ellos nos ayudan a organizar la existencia. Y los tenemos, querámoslo o nó, desde que nacemos hasta que morimos. Son imprescindibles para ayudarnos a entender la vida y darle el significado que la sociedad quiere darle. El Día de los Muertos es uno bién interesante, porque se trata de un ritual de unión entre dos mundos normalmente separados: la vida y la muerte.

Hoy he aprendido de esta celebración por Chereri. Una mujer indígena de la etnia Purépecha que habitan en el estado de Michoacán. Chereri significa «hecha de tierra» en lengua purépecha. Con ella fuí a Pátzcuaro. Un pueblo a una hora de Morelia. Nombrado el primer Pueblo Mágico de México en 1991, por la conservación de sus tradiciones. Este es uno de los pueblos donde se vive muy fuertemente la tradición de Día de Muertos.

Después de conocer sobre la historia de Pátzcuaro y de Michoacán, de caminar por el mercado y comprar Pan de Muerto, un pan dulce relleno de calabaza o bién sea de chayote – una verdura muy parecida la papa cidra – nos fuimos a Tzintzuntzan, cuna del poderío Purépecha en tiempos prehispánicos. Eran casi las 6.00 pm cuando llegamos a las pirámides de Tzintzuntzan, lugar donde vivía la realeza indígena y los sacerdotes, encargados de que el fuego que ardía en las pirámides nunca se apagara, pues era una representación de K’Urhikeri, el Gran Fuego, el dios alabado por los Purépechas. Si el fuego se apagaba, el sacerdote era sacrificado.

El camino a las pirámides estaba lleno de ventas de comidas: quesadillas, tacos, nueces, dulces, pan de muerto, tequila. Y la gente subía la montaña para ver el lago Pátzcuaro, recorrer las pirámides que no son más que ruinas ahora y mucho más pequeñas que las de Ciudad de México. Todo esto, antes de que se oscureciera de verdad, pues en la noche, se debe ir al cementerio.

El camino al cementerio de Tzintzuntzan fue un recorrido entre los puestos de comidas y de bebidas. Risas, música, grupos de jóvenes con mochilas, indígenas con sus prendas tradicionales, hombres y mujeres con bolsas. Unos ya habían armado sus carpas al lado del camino; – Para descansar de vez en cuando – me dijo una adolescente.

Y después comprendí. Para descansar de vez en cuando durante la larga noche que les espera a los vivos que van a visitar a los muertos al cementerio y los muertos a su vez se pegan la pasadita para compartir momentos agradables con los del más acá. Todo esto ocurre hasta el amanecer, cuando la gente sale del cementerio para sus casas.
La entrada al cementerio estaba hermosamente adornada con la flor de muerto o  Tirhínguini tsïtïki – en Purépecha, o Cimplasutchel -en la lengua de los aztecas.

Chereri me explica: – La gente viene aquí a brindarle ofrendas a sus muertos. Se escoge lo que a ellos más les gustaba. Durante la noche entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre vienen las almas de los niños, por eso ponemos más dulces esa noche. Esta noche, entre el 1 y el 2 de noviembre vienen los adultos, entonces ahí pueden haber más cosas. A mi esposo yo le pongo su plato preferido hecho de arroz y carne de chancho, su tequila, porque le gustaba beber y frutas. Además de las flores, claro.

Con mi inocencia frente a todo este fenómeno, no podía guardarme mis preguntas. A la vez que entrábamos el cementerio lleno de gente, familias alrededor de las tumbas con fotos de sus antepasados, con comidas, rezando unos, hablando otros, mi pregunta fué simple: Tú sabes si alguien ha contado de que ha visto a su pariente muerto? – Pues nó – me responde Chereri. Pero noto en sus ojos que no se quería explayar en explicaciones de posibles historias. Y completa: – Pero ellos vienen. Vienen a visitar y por eso hacemos bonito, para recibir la visita. Me dice con una sonrisa.

Pues sí. Seguramente vienen. Porque no creo que puedan resistir la fiesta de color y sabor que se les prepara en la tierra. Pero yo insisto. – Chereri, y qué pasa con toda la comida? La dejan ahí hasta que se pudra?
– No, los muertos se la comen. Me responde como si me estuviera diciendo que la noche había caído. Yo trato de entender su respuesta, y le hago otra pregunta:
– Chereri, osea que ustedes se van en la mañana y dejan la comida ahí y después desaparece? O desaparece a los dos, tres días? – pregunto pensando que seguramente se pudre y se la comen los pájaros y por eso desaparece.
– No. Hoy mismo, ésta misma noche se la comen. Me responde, de nuevo como si estuviera diciendo lo más normal del mundo.
– Entonces desaparece mientras ustedes están aquí. Insisto, y veo en mí a la antropóloga preguntona.
– Ya cuando vá a amanecer nos la comemos. La repartimos entre los que estamos haciendo la ofrenda, pero no sabe igual. Las frutas son insípidas, no tienen sabor. Y eso es porque los muertos se las han comido. – Me responde al final.

Entiendo. Es claro que los muertos se la comen, pero no los vemos. Lo sentimos. Ya no hay sabor para el paladar. Y lo sentimos en otros aspectos: el Día de los Muertos le dá sentido a la muerte y a la vida. Conecta ambos mundos. Traspasa conocimientos e historia de generación en generación. Los niños en el cementerio muy seguramente no conocieron a la gente muerta que está enterrada y por las cuales se trasnochan con sus familias. Pero seguramente sí la conocen por las historias que se cuentan esta noche. Por las ofrenda. A fulano le gustaba el tequila y el arroz. Además quería mariachis en su funeral y por eso le llevan una banda de mariachis para el Día de Muertos también. Esos niños tienen la suerte de tener una noche para preguntar todo lo que quieran de sus antepasados. Si la curiosidad los mata. Y todos tienen la oportunidad de compartir momentos en familia y con el difunto.

Lo raro es que todos los demás enterremos o crememos  a nuestros muertos y no les dediquemos ni un día a honrarlos como se debe: en la oscuridad de la noche con muchas velas, comida, flores, música. Una celebración de la muerte!

 

Pan de Muerto en el mercado de Pátzcuaro

 

 

Exhibición de "Catrinas" en Pátzcuaro - esqueletos de mujeres de la alta sociedad

 

 

Las pirámides de base redonda de Tzintzantzun - Llamadas Yácatas

 

 

Entrada al cementerio de Tzintzuntzán

Entrada al cementerio de Tzintzuntzán

 

 

Los vivos esperando a los muertos

 

 

El cementerio mexicano la noche de muertos

 

 

Bananos para el muerto